En tiempos de protesta de los paperos y agricultores de Boyaca y Nariño, con noticias de apropiación de semillas y biodiversidad por compañías como Monsanto, es interesante conocer la segunda carta de Bentham, que según Pedro Schwarzt y C. Rodríguez Braun (Las relaciones entre Jeremías Bentham y Simón Bolívar) Bentham envió a Bolivar. En dicha carta, fechada el 24 de diciembre de 1820, le dice Bentham a Bolívar que ya le ha enviado a los españoles de Cádiz, los de las Cortes liberales, su opinión sobre lo que es mejor hacer con Hispanoamérica y es que se liberen sus territorios. Esta idea, le dice Bentham a Bolívar, la expuso en su texto "Liberaos de vuestra colonias ultramarinas", ya que resultaba más conveniente económicamente que no se sigan manteniendo las colonias y que a través del libre comercio, se siga obteniendo beneficios económicos para España ya que por su lenguaje, costumbres, religión y quizás leyes, se conservarán los vínculos.
En relación con este punto Bentham expresa lo siguiente: "Lo que digo a los españoles es que en tanto y en cuanto se liberen de
las colonias de Ultramar, no importa quién se las quede, en todo o en parte,
pero siempre que su gobierno sea bueno, porque cuanto mejor sea, más numerosos
y ricos serán los clientes para todas las mercancías que tengan para colocar;
y la comunidad de
lenguaje, costumbres y religión, y en cierta medida de leyes, les garantizará
-y no habrá estipulación expresa en contrario- una preferencia perdurable sobre
todas las demás naciones...". Sobre el particular dice Bentham que sino se garantiza el libre comercio por parte de España en sus Colonias, muchas de ahora independizadas, se propagarán los contrabandistas, salteadores de caminos que "proseguirán alterando su prosperidad y ruina...".
Al final de la Carta Bentham le pide un favor que a pesar de que puede sonar "por completo frívolo" para Bentham es notablemente importante. Le dice el jurista inglés a Bolívar que ha tenido noticias según el periódico "The Morning Chronicle" que en Zipacón [en la carta dice "Bipacon"], cerca de Santa Fe de Bogotá, se cultiva un tubérculo similar a la papa, la arracacha, que es superior en sabor, utilidad y producción. Bentham le comenta que el cultivo de la papa ha sido de vital importancia para Irlanda y que desearía que Bolívar le enviará unas semillas de arracacha para también cultivarla en Inglaterra. Le comenta que la Sociedad Hortícola ha hecho gestiones para traer las semillas y la planta a Gran Bretaña, pero no lo ha logrado y que estaría muy agradecido si Bolívar le enviará a través de la correspondencia unas semillas de dicha planta. Le indica que a través de la experimentación harían seguramente crecer y producir dicho tubérculo en el reino. Finalmente Bentham le escribe que él y la Sociedad Real de Londres le estarían agradecidas y que por sus labores escribiría su nombre en la "lista de asociados". El final de la Carta dice lo siguiente:
"No quiero decir que el presidente de Colombia
debería agacharse a recoger semillas para Inglaterra, como (se dice) hizo el
emperador Claudio para recoger conchas de coquina en Inglaterra. Pero para ésta
o aquella persona bien dispuesta, botánica o no, situada dentro de su zona de
influencia quizás una palabra suya fuese suficiente. Si se envían semillas, con
o sin raíces, quizás puedan remitirse también directrices para el cultivo de la
planta, y en tal caso, cuanto más detalladas mejor. Pero las semillas no deben
esperar a las raíces, y menos a las instrucciones, cuya carencia puede ser
suplida aquí, sin mayor dificultad, por la experimentación, inteligentemente
dirigida: en cualquier ocasión que el Sr. Hall envíe una carta a este país
podrían adjuntarse algunas semillas de este vegetal, si es que su valor se
corresponde, en algún grado, con la información expresada más arriba. Pero la
gloria quizás merezca el nombre de Bolívar, y la Sociedad Real de Londres
estaría orgullosa de inscribir ese nombre en la lista de sus asociados. El
presidente Sir Joseph Banks, se esforzó en conseguir la plantas (se dice) pero sin éxito”.
Como vemos no es nueva la llamada apropiación de nuestra biodiversidad por parte del Imperio y desde Linneo quizás se logró a partir del uso de la ciencia y tecnología expropiar el cultivo de plantas y alimentos originarios de América como la quina, la papa y el caucho. No sabemos si Bolívar le envió las semillas de arracacha a Bentham. Queda oficio para los investigadores.
Reproducimos toda la Carta de Bentham a Bolívar de 24 de diciembre de 1820 traducida y publicada en el trabajo de Schwartz y Rodríguez Braun y que pueden encontrar
aquí.
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Segunda Carta de Bentham a Bolívar de 24 de diciembre de 1820. Fuente: [Fuente:
U.C., 23-29. Con letra de Colls y correcciones y agregados de Bentham. Colls,
John: uno de los amanuenses de Bentham. La traducción es de los editores.]
Dice Schwartz y Braun al respecto: “Bentham a Bolívar (24 de diciembre
de 1820). En esta carta, que sí envió al Libertador, Jeremías Bentham propone se
le encargue la redacción de los Códigos de la nueva república; menciona el
libro “Libraos de vuestras colonias ultramarinas”, que estaba redactando
para el público español; y le pide semillas de «arracacha", «planta
umbelífera, semejante a la chirivía, pero de raíz más grande y muy exquisita»,
dice el Casares”.
Doc. 116. [Carta de
Bentham a Bolívar, 24 de diciembre de 1820]
Tengo ante mí una carta fechada en Barranquilla en agosto 1820, del Sr.
Francis Hall (coronel de sus fuerzas, veo que lo llaman en nuestros
periódicos), del que recibo la grata noticia de la amable recepción que tuvo Ud.
a bien ofrecerle, y la lisonjera declaración de que él creía que en cierta
forma la debía a la carta con la que me tomé la libertad de molestarle. Esta
carta suya, aunque él había solicitado permiso para escribirme, no iba dirigida
a mí; hasta el momento en que pudo verle, nada le había ocurrido cuyo
conocimiento -según él- podría haberme suscita- do otra sensación que la de
pesar. De un pasaje o dos, que no esperaba retornasen a su país original,
obtendrá Ud. medios muchos más confiables para juzgar la impresión que produjo
en su ánimo, de los que la naturaleza de la situación admitiría que dedujera de
cualquier cosa que pudiera haberle dicho.
Desear el fin es desear los medios, si ellos no son deshonestos. Mi deseo
es proporcionar a Ud., y a España, al mismo tiempo, y por los mismo medios,
todo el servicio que pueda. De manos de España ya poseo toda la confianza que
pueda desear. De sus manos, sólo puede ser mi esperanza el poseer toda la
confianza necesaria para -o conducente a- ese mismo propósito. Ignoro por el
momento lo que se me ocurrirá decirle: pero como introducción a ello, sea lo
que fuere, me tomaré la libertad de referirme a la representación que recibí el
2 de julio de 1818 en -y, como creo percibirá, por- la Cámara de los Comunes.
Mis principios en el área de la legislación le son más o menos conocidos.
En virtud de tales principios aguardo, dentro de un mes, un pedido formal del
rey de España para que redacte un cuerpo legal omnicomprensivo para España, que
sea sometído a las Cortes. Tengo aquí la copia de una comisión, entregada en
nombre del rey al secretario principal de la misión española en esta ciudad,
para que me consulte y considere conmigo un asunto de finanzas. Desde hace algún
tiempo he estado trabajando, a más no poder, al servicio conjunto de Ud. y su
-hasta recientemente- inhumano enemigo. Digo al servicio conjunto pues el
título de mi obra es Liberaos de vuestras colonias ultramarinas. Le falta poco
para estar completo: los títulos de las secciones irán junto con esta carta. Éste
es el mayor servicio que yo, o cualquiera, o todo el mundo agrupado, pueda
prestar a España; y yo, por cualquier posibilidad que tenga de prestarlo,
arriesgo todo mi crédito en este país. Si alguien puede hacerlo, soy yo: porque
el apogeo a la más pesada de todas sus cargas, excepto el tan tardíamente
mitigado despotismo, está tan ciego y sordo como extendido. Conozco
personalidades relevantes en España que estaban de antemano conmigo en esta
creencia, pero que no se atreven a confesarlo públicamente. Si mi código sirve
para algo con respecto a España, no servirá menos para Ud.: en la medida en que
envíe cosas a España haré todo lo que de mí dependa para comunicárselo. He
iniciado lo que promete madurar en una amistad con el Caballero de Colón,
quien ya veo es un hombre de muy considerable talento y en quien percibo
señales de una excelente disposición: la confianza que manifiesta en mí debo incluirla,
como bien podrá imaginar, entre aquellas señales. No lo he sondeado aún en el
punto de Ultramar. Pero incluso su superior, el duque de San Frías [sic],
no hace secretos de su pertenencia a la misma opinión.
Creo evidente que tal es su postura. Y no por boca del propio duque puesto
que, aunque él ha expresado, en diferentes momentos y a diferentes personas, interés en conocerme, le
he tratado como hago con todo el mundo: he renunciado a verle salvo que hubiese
alguna utilidad en ello. Comprendo ahora claramente que cuando se encara de
verdad alguna cuestión, ello ocurre a través de Colón. Lo que digo a los españoles es que en tanto y en
cuanto se liberen de las colonias de Ultramar, no importa quién se las quede,
en todo o en parte, pero siempre que su gobierno sea bueno, porque cuanto mejor
sea, más numerosos y ricos serán los clientes para todas las mercancías que
tengan para colocar; y
la comunidad de lenguaje, costumbres y religión, y en cierta medida de leyes,
les garantizará -y no habrá estipulación expresa en contrario- una preferencia
perdurable sobre todas las demás naciones. Las Cortes, con sus prisas, han sacado una ley
detestablemente estúpida, llena de prohibiciones, al estilo de la vieja
escuela, esforzándose en hacer que todo el pueblo, en su calidad de consumidor,
pague precios desorbitados por mercancías malas, con la idea de beneficiar a unos
pocos fabricantes que, a la postre, no saldrán favorecidos, como no saldrá
nadie excepto los contrabandistas, que proseguirán alternando su prosperidad y
ruina hasta que por contrabandistas o por salteadores de caminos sean fusilados
o colgados. La únicas personas beneficiadas serán algunos comerciantes
de Gibraltar, ese estorbo para España y para Inglaterra que, si de mí
dependiese, dejaría hundir en el mar con todo lo que tiene encima, antes de que
siga allí como está ahora.
Hablando de las Cortes dije: con sus prisas; los redactores de la Constitución,
sin motivo concebible, como si temiesen tener tiempo/para/hacer su trabajo, se
condenaron a un sueño de nueve meses, o al menos ocho, de cada doce. Cualquiera
sea la tajada de sus colonias ultramarinas que prefiriese hágamelo saber pues -
salvo que tenga razón para pensar que estaría mejor en otras manos, lo que no parece probable- haré
todo lo que pueda para que Ud. la obtenga - entiénda- se siempre Ud. en número
plural, no en singular; pero debo tener motivos para trabajar, motivos que se
refieran en general al bien de la humanidad, y en particular a las partes más
directamente interesadas; en cuanto a deseos, no me importan los de A ni los de
B; no acepto remuneración alguna, y no sirvo a ninguna parte a expensas de
otra. Con relación a su gente, de todos los colores, no estoy en condiciones de emitir un juicio sobre si
están en posición de andar solos; pero sobre ello tengo una idea, y es que si
no es su designio crear una monarquía transmisible a descendientes naturales,
podría Ud. tener, durante toda su vida, con apenas más poder nominal que el
presidente de los Estados Unidos Anglo-Americanos, tanto poder real como si fuese
reconocido absoluto, y ejercerlo de forma mucho más grata para todos.
Ahora me tomaré la libertad de mencionar un asunto que, según el punto de
vista bajo el que sea considerado, puede parecer notablemente importante o por
completo frívolo. Durante muchos de estos años la necesidad le ha obligado -en
un grado que no podrá sino deplorar- a contribuir a la reducción del número de
la humanidad; si estuviese en su poder el reparar en alguna medida el daño con
unas pocas palabras, me halaga al pensar que no las escatimaría. Irlanda debe
al menos la mitad de su población, de cuatro a cinco millones, a una raíz (la
patata) originalmente importada, se dice, de Santa Fe de Bogotá, el teatro de
algunas de sus glorias reciente. En ese mismo lugar se comenta que existe el
cultivo de la hortaliza (he visto que la designan con el nombre de arracacha),
a la que atribuyen (ignoro sobre qué bases) una utilidad aún superior.
Con relación a esta planta, leo en el “Morning Chronicle” del 11 de
noviembre de 1820, una cartafechada Altona, 3 de noviembre firmada […] abogado.
Extractos: “Desde 1784, gracias a Gilli's ‘Storia Naturale delle provincie de
Terra Firma’ Europa sabe que en el país de las patatas, en Santa Fe de Bogotá, existe
otra planta llamada Arracacha que, aseguran el Sr. Gilli y un nativo de Santa
Fe el Sr. Vargas, en Sres. […] y los Anales de Botánica de Smith, Londres, vol.
1, pág. 400, es muy superior a la patata en sabor, utilidad y producción y que,
como sólo crece en el clima moderado de las cordilleras, podría ser cultivada
en Europa con tanto éxito como la patata. Las mejores especies son cultivadas
en un lugar llamado Bipacon, cerca de Santa Fe de Bogotá". En una nota, el
“Morning Chronicle” apunta - La Sociedad Hortícola ha hecho gestiones para
traer la planta desde Sudamérica”-. En la sociedad hay hombres de categoría,
distinguidos e influyentes. No he tenido aún tiempo de averiguar cuáles son
tales gestiones ni, en especial si es Ud., señor en su calidad de jefe de ese
país, a quien deberían dirigirse en este momento, sobre dicho asunto: si la
libertad que ahora me tomo puede aumentar las posibilidades de Europa de
obtener este beneficio, tanto mejor. No quiero decir que el presidente de
Colombia debería agacharse a recoger semillas para Inglaterra, como (se dice)
hizo el emperador Claudio para recoger conchas de coquina en Inglaterra. Pero
para ésta o aquella persona bien dispuesta, botánica o no, situada dentro de su
zona de influencia quizás una palabra suya fuese suficiente. Si se envían
semillas, con o sin raíces, quizás puedan remitirse también directrices para el
cultivo de la planta, y en tal caso, cuanto más detalladas mejor. Pero las
semillas no deben esperar a las raíces, y menos a las instrucciones, cuya
carencia puede ser suplida aquí, sin mayor dificultad, por la experimentación,
inteligentemente dirigida: en cualquier ocasión que el Sr. Hall envíe una carta
a este país podrían adjuntarse algunas semillas de este vegetal, si es que su
valor se corresponde, en algún grado, con la información expresada más arriba.
Pero la gloria quizás merezca el nombre de Bolívar, y la Sociedad Real de Londres
estaría orgullosa de inscribir ese nombre en la lista de sus asociados. El
presidente, sir Joseph Banks, se esforzó en conseguir la plantas (se dice) pero
sin éxito”.